Pero ¿qué pensó Tania al descubrir entre los invitados al hombre que
teme y ama, al héroe de nuestra novela? Onieguin está sentado a la mesa y
mira con temor hacia la puerta. A un movimiento suyo todos se agitan; bebe,
y todos beben, gritando; ríe, y todos ríen; frunce el ceño, y todos se callan. Se
ve claro que es el dueño de allí. Tatiana ya no tiene tanto miedo, y ahora, con
curiosidad, entreabre la puerta… De repente sopla el viento, que apaga las
antorchas; reina la mayor confusión en la banda de espectros. Onieguin se
levanta ruidosamente de la mesa, lanzando miradas fulminantes; todos se
levantan, mientras él se dirige a la puerta. A Tania le da miedo, y se esfuerza
en huir a toda prisa; pero es inútil; se agita impacientemente y quiere gritar.
No puede. Eugenio empuja la puerta, y la joven aparece ante la mirada de los
infernales espectros. En el silencio resuena una carcajada salvaje. Los
cascos, las trompas retorcidas, los rabos desgreñados, los colmillos, los
bigotes, las lenguas ensangrentadas, los cuernos y los dedos huesudos, todos
la señalan y claman: «¡Es mía, es mía!».
«¡Mía es!», dice ásperamente Eugenio. De súbito desaparece la banda:
en la noche helada se queda sola Tatiana con su amado. Onieguin La atrae
dulcemente hasta el fondo de la habitación, la recuesta sobre un banco
inseguro y reclina su cabeza sobre el hombro de la joven. De pronto, entra
Olga, seguida de Lenski; la luz invade la habitación. Onieguin levanta el
brazo con ademán amenazador, sus ojos relampaguean salvajemente, y
prorrumpe en insultos contra los inoportunos invitados. Tatiana está a punto
de desmayarse. La disputa es cada vez más fuerte. Eugenio empuña un largo
cuchillo y derriba a Lenski. Las sombras terribles se hacen cada vez más
densas, y resuena un grito espantoso que hace temblar toda la choza. Tatiana
se despierta sobresaltada.