CulturaLado B

Eugenio Oneguin, por Aleksandr Pushkin 41

Pero ¿qué pensó Tania al descubrir entre los invitados al hombre que

teme y ama, al héroe de nuestra novela? Onieguin está sentado a la mesa y

mira con temor hacia la puerta. A un movimiento suyo todos se agitan; bebe,

y todos beben, gritando; ríe, y todos ríen; frunce el ceño, y todos se callan. Se

ve claro que es el dueño de allí. Tatiana ya no tiene tanto miedo, y ahora, con

curiosidad, entreabre la puerta… De repente sopla el viento, que apaga las

antorchas; reina la mayor confusión en la banda de espectros. Onieguin se

levanta ruidosamente de la mesa, lanzando miradas fulminantes; todos se

levantan, mientras él se dirige a la puerta. A Tania le da miedo, y se esfuerza

en huir a toda prisa; pero es inútil; se agita impacientemente y quiere gritar.

No puede. Eugenio empuja la puerta, y la joven aparece ante la mirada de los

infernales espectros. En el silencio resuena una carcajada salvaje. Los

cascos, las trompas retorcidas, los rabos desgreñados, los colmillos, los

bigotes, las lenguas ensangrentadas, los cuernos y los dedos huesudos, todos

la señalan y claman: «¡Es mía, es mía!».

«¡Mía es!», dice ásperamente Eugenio. De súbito desaparece la banda:

en la noche helada se queda sola Tatiana con su amado. Onieguin La atrae

dulcemente hasta el fondo de la habitación, la recuesta sobre un banco

inseguro y reclina su cabeza sobre el hombro de la joven. De pronto, entra

Olga, seguida de Lenski; la luz invade la habitación. Onieguin levanta el

brazo con ademán amenazador, sus ojos relampaguean salvajemente, y

prorrumpe en insultos contra los inoportunos invitados. Tatiana está a punto

de desmayarse. La disputa es cada vez más fuerte. Eugenio empuña un largo

cuchillo y derriba a Lenski. Las sombras terribles se hacen cada vez más

densas, y resuena un grito espantoso que hace temblar toda la choza. Tatiana

se despierta sobresaltada.