CulturaLado B

La historia del sepulturero, por Javier «tigrillo» Vallejo

Rulfo visitaba los cementerios

Estaba una niña y su papá leyendo la historia del sepulturero. Un hombre apesadumbrado que cuidaba al hijo de sus compadres. Aquel chamaco era flaquito y tenía unos padres alcohólicos, que pasaban sus días en la cantina hasta perder el conocimiento. En una noche traía al niño en los brazos y al cruzar la calle se encontraba con una prostituta de nombre Flaviana. Al calor de la conversación, le confiesa que ya le había echado el ojo, palabras que suelen decir los mexicanos para expresar que tienen tiempo observando a una mujer que les interesa. Ella quedaba desconcertada con las declaraciones del enterrador. Le pareció un tipo extraño, además era raro que un hombre con un bebé en brazos le solicitara sus servicios, para convencerla le ofreció un pago remunerado y accedió.

Salieron a caminar y le preguntaba qué si el bebé era su hijo. Él respondía que era el hijo de sus compadres. Así transcurrió la charla. Hablaba de la desgracia de ir enterrando gente y que su trabajo no era agradable. En el fondo de sus pensamientos, sentía que era una noche romántica y para ella un día más de trabajo. Traía un baúl de confesiones y un placer pecaminoso. Finalmente, el hombre le preguntaba cuanto le debía, para la muchacha ya no importaba la intimidad. Hizo como que no escuchaba y se dirigió a un hotel. Quería conciliar el sueño y perderse. Él se quedó con ganas y ambos hicieron un trato para vivir en unión. Un pedazo de noche, por Juan Rulfo. Es un cuento álgido y se puede suponer que Rulfo visitaba los cementerios, podría ser una absurda hipótesis, lo cierto es que sus temáticas contienen ese fuego de escritor.