CulturaLado B

La metamorfosis, por Kafka 26

A veces permanecía allí tumbado durante toda la noche, no dormía ni
un momento, y se restregaba durante horas sobre el cuero. O bien no
retrocedía ante el gran esfuerzo de empujar una silla hasta la ventana,
trepar a continuación hasta el antepecho y, subido en la silla, apoyarse
en la ventana y mirar a través de la misma, sin duda como recuerdo de
lo libre que se había sentido siempre que anteriormente había estado
apoyado aquí. Porque, efectivamente, de día en día, veía cada vez con
menos claridad las cosas que ni siquiera estaban muy alejadas: ya no
podía ver el hospital de enfrente, cuya visión constante había antes
maldecido, y si no hubiese sabido muy bien que vivía en la tranquila
pero central Charlottenstrasse, podría haber creído que veía desde su
ventana un desierto en el que el cielo gris y la gris tierra se unían sin
poder distinguirse uno de otra. Sólo dos veces había sido necesario que
su atenta hermana viese que la silla estaba bajo la ventana para que, a
partir de entonces, después de haber recogido la habitación, la colocase
siempre bajo aquélla, e incluso dejase abierta la contraventana interior.
Si Gregorio hubiese podido hablar con la hermana y darle las gracias
por todo lo que tenía que hacer por él, hubiese soportado mejor sus
servicios, pero de esta forma sufría con ellos. Ciertamente, la hermana
intentaba hacer más llevadero lo desagradable de la situación, y,
naturalmente, cuanto más tiempo pasaba, tanto más fácil le resultaba
conseguirlo, pero también Gregorio adquirió con el tiempo una visión
de conjunto más exacta. Ya el solo hecho de que la hermana entrase le
parecía terrible.