CulturaLado B

La metamorfosis, por Kafka 39

Naturalmente, ya no se trataba de las animadas conversaciones de
antaño, en las que Gregorio, desde la habitación de su hotel, siempre
había pensado con cierta nostalgia cuando, cansado, tenía que meterse
en la cama húmeda. La mayoría de las veces transcurría el tiempo en
silencio. El padre no tardaba en dormirse en la silla después de la cena,
y la madre y la hermana se recomendaban mutuamente silencio; la
madre, inclinada muy por debajo de la luz, cosía ropa fina para un
comercio de moda; la hermana, que había aceptado un trabajo como
dependienta, estudiaba por la noche estenografía y francés, para
conseguir, quizá más tarde, un puesto mejor. A veces el padre se
despertaba y, como si no supiera que había dormido, decía a la madre:
«¡Cuánto coses hoy también!», e inmediatamente volvía a dormirse
mientras la madre y la hermana se sonreían mutuamente.
Por una especie de obstinación, el padre se negaba a quitarse el
uniforme mientras estaba en casa; y mientras la bata colgaba
inútilmente de la percha, dormitaba el padre en su asiento,
completamente vestido, como si siempre estuviese preparado para el
servicio e incluso en casa esperase también la voz de su superior. Como
consecuencia, el uniforme, que no era nuevo ya en un principio,
empezó a ensuciarse a pesar del cuidado de la madre y de la hermana.
Gregorio se pasaba con frecuencia tardes enteras mirando esta brillante
ropa, completamente manchada, con sus botones dorados siempre
limpios, con la que el anciano dormía muy incómodo y, sin embargo,
tranquilo.