CulturaLado B

“La mirada de los muertos», por Miguel Ángel Gómez

Los poemas amplían su temática como si hubiesen estado esperando alguna señal, como en “La mirada de los muertos”, “Arañando la tierra”, o “Murnau”. Prescinde Juan Francisco Quevedo de retoricismos. La injusticia del mundo no nos deja alcanzar un grado de tranquilidad, parece decirnos. El poema “Madre” nos trae la corriente de sus pensamientos. Flota en el aire una imperiosa emoción con “la brisa que viene de poniente y mueve / los hilos que cruzan mis labios”. El mundo recobrado es una súplica para poder desentrañar la vida. Pueden servir de ejemplo estos versos: “Tráeme, madre, el sonido / profundo y antiguo de la tierra, / la llama que nunca se extingue”. A ratos Juan Francisco Quevedo parece volver a la tristeza, que es como humo que se cuela en la sala, aunque nadie se marcha de momento. Sorprende el poema “El resplandor de la hoguera”, que nos recuerda a la mejor poesía de Eugénio de Andrade: “Las quinas viejas / que asomaban por la pared / miraban con resignación / el resplandor de la hoguera. / Después, un cubo de agua / daba cumplida cuenta / de los últimos rescoldos. / Se sacaba las gafas del bolsillo / y se iba a quitar las malas hierbas”.