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La naturaleza del escritor William Faulkner

Faulkner (New Albany, 1897-Oxford, EE.UU., 1962), es de esos escritores que narraba y describía magistralmente los paisajes, hablaba de agricultores y de los animales (caballos y vacas), es como si la historia se partiera en un antes y un después. “Llega la tarde y la declinante luz del sol se desmigaja”.

 Después de leer la poesía de Faulkner, editada por Bartleby Editores, en la traducción de Eduardo Moga y Daniel C. Richardson, (2008). Me parece pertinente rescatar algunos valores de Faulkner en el oficio de poeta. En su lírica traza la cotidianidad de su tiempo, esos instantes de reflexión, en su escritura se percibe la sensibilidad para evocar y relatar los paisajes (serpientes y montañas).

“Aquí tumbado, mi fantasía vuela hasta donde un roble tranquilo concede su sombra a una escena soñolienta”. Un bardo natural y sensitivo, se puede deducir que era un soñador, de esos que se maravillaba al contemplar el cielo y nubes después de una lluvia, se colapsaba al vislumbrar los atardeceres y oír a los pájaros.

“La tierra tan callada, tan quieta, tan antigua, es una melancólica colina. Mojada por la luna. Por el terciopelo de la noche.” Era de esos señores callados que miraba con sus ojos afligidos, al igual que Rulfo escuchaba el murmullo de las montañas, gustaba comer peras y uvas, oler el pan recién horneado, amaba la vida y la naturaleza.

Lo imagino escribiendo frente al sol, sudando pero inspirado en sus odas a las ovejas y pastores, buscando la historia ideal, esa misma que escribiera Antoine de Saint-Exupéry, en El principito. Divirtiéndose con sus amigos, pensando y hablando con humor, en su fábula en lugar del zorro estaría un caballo. Alegóricamente es un ermitaño de Arteaga, al más puro estilo de Sócrates, buscaba la verdad, dialoga con el sol y la luna, el amor significaba una metáfora que se encuentra en las hojas de los árboles. “Los años son arena con la que juega el viento”.

Hablar de la naturaleza poética, ¡es un dilema!, el mejor ejemplo lo constituye es pueblo de Arteaga, cuando lean el presente escrito, me gustaría que reflexionaran en la  soledad, desde luego que no es tarea fácil, primero tienes que darte el tiempo, segundo atreverte y tercero leer de forma tranquila.

Hablar de libros es algo fácil de juzgar, pero difícil de hacer, en ese sentido, hablar de poetas y dialogar con la naturaleza es una actividad placentera, porque Faulkner es un hombre sencillo de entender, pero difícil de explicar. “Su radiante juventud será metal que no habrá visto alquimista alguno”.

Ahora mismo recuerdo los momentos en el molino del abuelo Kiko, ahí en la colonia progreso de Monclova, cuando se sentaba a leer el periódico; también los atardeceres cuando acompañaba a mi papá Javier, a la ciudad de Abasolo a visitar a su bisabuela, en ese tiempo era un niño de siete años, el pueblo me parecía fantasmagórico con olor a viejo, algo así como Comala, pero sin Pedro Páramo, de nobles recuerdos y más por el amor de mi viejo.