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La casa en la ladera, de Raúl Olvera Mijares

Novela corta, La casa en la ladera,

ópera prima de Raúl Olvera Mijares

por Yuri Delgado / Javier José Rodríguez Vallejo

Con motivo de la postergada presentación de una primera novela, en el marco de la Feria Internacional del Libro Coahuila 2023, atribuida a dificultades en el proceso editorial, por parte de Publicaciones del Instituto Municipal de Cultura, ante la alborada del inminente cierre de funciones, el presentador regiomontano y el autor saltillense, quedan a la espera de una segunda llamada, si es que ese Caos, ante el cambio de sexenio, así lo consiente

Novela de fantasía, ciencia ficción, distopía posapocalíptica, plagada de metadiscursos, esta nueva entrega, de la autoría de Raúl Olvera Mijares, se propone internarse, a través de la mente de un personaje narrador, quien parece controlar, aun dirigir, la mayor parte de la trama si bien, más adelante en la lectura, se volverá claro que surgen otros narradores, todos personajes al interior de la trama. Leer la novela breve, La casa en la ladera, constituye una verdadera incursión, entre los meandros de la mente del narrador personaje, con quien no queda claro, qué cosa es realidad y qué cosa es ficción, cuya mayor potencia discursiva radica en ese recorrido efectuado, entre amigos y mecenas, quienes lo espolean, en el diario sobrevivir, en calidad de bon vivant y a mucha honra.

Poeta, erigido a sí mismo, como narrador personaje, narrador intradiegético o dentro de la propia historia, entre los siete diversos, que es posible destacar, a lo largo de la narración, no logra ver reflejada su imagen en el espejo, por más que se proponga descubrirla. En pausado y pugnaz delirio, ha de percibírselo dar al traste con el resto de las figuras protagónicas, a la vez que intenta resarcirse, en virtud del acendrado sentimiento que profesa a sus amigos, esos tantos narradores supervenientes quienes, en su momento, han de desvelarse como Farid, la pintora Estuarda y el arquitecto Fitzcarraldo, hermano de esta última, sin hacer mención del Abuelo, el Padre y otro distante Ancestro los cuales, hacia el final de la novela, también “han de echar su borrón”, al efectuar adiciones, adendas, cuasi notas al margen, en ese abigarrado y contradictorio manuscrito.

Entre un pulular de referencias cultas y voces extranjeras, las cuales reiteran la presencia cosmopolita, universal, como de ave que ha surcado diversas aguas y aires sin mancharse el plumaje, también como pájaro en gayola, por parte del protagonista, es posible percibir, bajo esa luz de contrastes, amén de la locura persuasiva, que intenta apelar al buen sentido del lector, la contención y decadencia del mundo actual, donde una mente como la de Poeta, de manera franca y escueta, no parece hallar cabida. Poeta se desmarca, a las claras, de cualquier gremio, grupúsculo, cáfila de tinterillos, Consenso, incluso, elevándose en árbitro del gusto o juez, que pretende determinar lo que es verdadero (frente a la Élite, embaucadora y falaz), bueno (se siente comprometido y solidario con los demás seres, predicando el Arte, a manera de religión) y hermoso (en achaques de letras, intenta hacer prevalecer el gusto por la belleza, esencial y prístina).

Cuajada de tiempos que se empalman, de escenas fantasmagóricas y descripciones que se desdoblan, al ser una cosa y otra, al mismo tiempo, la ubicación  de la Casa en la ladera se antoja inhallable, no basta, al parecer, la referencia de que se trata de Las Cabañas, fraccionamiento en el campo, sito en las inmediaciones de Tepotzotlán, donde Estuarda, la pintora, brinda cobijo al amigo musulmán Farid y a ese otro amigo norestense, artista cofrade, ese extraño carácter denominado Poeta. El texto señala que la Casa, en cuestión, se asienta en la cima de una colina, enclavada en un desarrollo suburbano, no lejos de la inmensa y confusa mancha, diseminada en torno de la Ciudad de México, aunque luego pareciera que es reducido estudio, ubicado en cualquier parte, ya vecindad abandonada a medias, ya suerte de exclusiva quinta, donde se brinda albergue a personas de diferentes procedencias culturales (artistas plásticos, de manera esencial, aunque lo mismo, escritores).

Existe algo que destaca, en medio de esta abigarrada mescolanza de acercamientos, amores y amistades, por parte de los protagonistas, quienes son amigos, en cierta medida, parecieran integrar solidaria pareja, Farid y Poeta, hermanos de leche, almas gemelas, conmilitones, compañeros de armas y de suerte. Curioso contrapunto, aquel que se establece entre este par de figuras, en relación con Estuarda y Fitzcarraldo, amén de sus respectivas parejas, Fotógrafa y Bombón. El sueño que se retrata, en el aparte bautizado como “Los viejos”, resulta igualmente revelador, respecto de esas sexualidades alternativas que signan, con fuerza y no menos desafío, la narrativa contemporánea de nuestro tiempo y en nuestro idioma, en particular, dos nombres, Severo Sarduy y Juan Goytisolo, escritores de primerísima línea, parecen imponerse, sin cortapisas. El sueño, tanto dormido como despierto, el ensueño, es tema recurrente en la novela. De hecho, la cabeza de uno de los apartes o capítulos que componen la novela, figuró, alguna vez, como título de la obra, “Tránsfugas del sueño”, inusitada fusión verbal.

Poeta, acompañado de la artista plástica y mecenas, Estuarda, ya bastante entrada en años, bajo cuya égida filantrópica, muy a su manera, gusta de ejercer dominio, casi total, sobre las cosas, lo mismo subyace en ésta, un deleite, casi debilidad, por tener a personas jóvenes orbitando a su alrededor. Por último y en agudo contraste, la envidia de Fitz, el hermano de Stuart ‒así se abrevian y vuelven familiares, dentro de la novela, los nombres de estos peculiares personajes‒ que se suscita, a causa de Poeta, en esta amalgama de aproximaciones que se desleen de continuo, aparece el sentido de la Cultura, así escrita, con mayúscula, en tanto que forma de vida, sobre la cual se sustentaría el Arte, escrito asimismo con mayúscula.

Podría decirse que, de estos dos campos, sobre todo, el cultural, representa el centro de gravedad narrativa, a la vez, que discursiva, de ese narrador personaje, simultáneamente protagonista. Es la cultura y lo que se pierde con ésta, en la época actual, como en eras pasadas, inclusive, futuras. Para Poeta, lo que predomina, en el horizonte, tanto en el presente como el pasado y el porvenir, es el negocio de la guerra, esa vía bélica, considerada en su más amplia gama, no estrictamente militar la cual, por cierto, es tema que no podía resultar de mayor pertinencia en la actualidad, en forma de esa pérdida y condena, es justo lo que produce y da justificación del patente delirio de Poeta, personaje complejo, que entraña no sólo la presencia de otras voces, que igualmente se hacen con la palabra, sino también de varios tiempos, que se proyectan en un antes y un después, contrapunteados respecto del grueso de la acción, ubicada en un tiempo histórico y un lugar geográfico, no muy distintos del aquí y ahora, que preñan esta edad contemporánea en que se vive, tanto en México como en el mundo.

Ese permanente desdoblamiento, en tiempos y espacios, conduce a una colección de pasajes, donde el narrador alucina que el texto, que tiene frente a sí el lector, el cual él no está escribiendo, es justo un texto antiguo, pergeñado por un Bisabuelo suyo, luego su Abuelo, más tarde su Padre, así como sucede con la descripción sucinta del linaje de Farid, al menos, con la intención, de hallar, en ese vetusto documento, las razones por la cuales se extinguiese la cultura, en su conjunto y, con ésta, el ocaso del humanismo, considerado como corriente que volvía al hombre ‒homo, hombre o mujer‒ el centro de todo lo que era posible abarcar y conocer. En este ir a un pasado, desde un futuro, dentro de un texto, que es ciertamente la propia novela, donde el narrador personaje, afirma ser un representante más del mismo linaje familiar, el lector se confronta, de manera manifiesta, con una situación de carácter posapocalíptico. Se despliega una plétora de líneas narrativas que, no pocas veces, produce la impresión de una serie de cajas chinas, es decir, de historias dentro de otras historias, extraño símil con las esferas del humano hacer, la política supeditada a la economía, a la vez, puesta al servicio de las grandes campañas supranacionales (pandemias, escasez de recursos naturales, crisis de alimentos, amenaza ecológica, calentamiento global), controladas, en forma directa, desde el ápice del Poder real de facto, colocado varias esferas por encima del mero poder político de iure.

Este desvarío, entre varios niveles de consciencia, donde el personaje oculta sus actos, porque no recuerda cómo es que sucedieron, o bien no quiere recordarlo, urdida en una única narración, en menos de un centenar de páginas, constituye un diminuto y refulgente crisol de las angustias y novedades que presentan en la actualidad, para Poeta, entre otros adelantos letales (la vigilancia continua, a la que se somete a los individuos, por medio de ordenadores y dispositivos electrónicos), las llamadas armas de destrucción masiva, ni más ni menos, bajo toda una gama de condiciones, donde la adversidad, en sus más variadas formas, va asomando, poco a poco, viscosa cabeza, frente a cada uno de nosotros, mudos testigos, fieles y sumisos sujetos de pavloviano condicionamiento, a través de los medios de masa ‒media of mass distraction?‒ a arrancar con el primer lector, aquel valiente que se proponga engolfarse, en las ignotas y algo borrascosas aguas, de esta valerosa, al mismo tiempo, críptica pieza de narrativa.

¡Toda una experiencia a cumplir, un derrotero a seguir hasta el fin, itinerario arduo sin destino cierto! De esas novelas, La casa en la ladera, que tienen que leerse, en forma íntegra, antes de poder redondear la idea de esa travesía, desquiciante y fantástica, en tanto que prolongado grito de protesta, contra lo posmoderno, echando mano de las herramientas de lo moderno, de ese ya obsoleto, cada vez más evanescente, siglo XX, acaso, el mismo Poeta no halle otras herramientas más idóneas, en esa estrecha porción del mundo, que le ha tocado en suerte vivir. Guerra cultural, considerada como resquebrajamiento psicológico, el lector tendrá que cubrir y peinar la novela, de punta a cabo, a fin de hallarse en posición de calibrar la angustia y el tamaño del sufrimiento. Enhorabuena al autor, Raúl Olvera Mijares, por esta tarea cumplida, los mejores augurios para innumerables travesías más. Síntesis de las más variadas disciplinas (literatura, filosofía, artes visuales, cine, aunque también, geoestrategia, política, economía, and last but not least, las ciencias sociales en general), esta ópera prima, en el horizonte de la novelística de un autor quien, me consta desde que lo conozco, ha exhibido continuo empeño por la novela, desde hace poco más de tres decenios.

(La casa en la ladera, novela corta, ópera prima, 85 cuartillas, beneficiada en la convocatoria Letras del Desierto, Instituto Municipal de Cultura, Saltillo, proyectada para presentarse en el marco de la Feria Internacional del Libro Coahuila 2023 si bien cancelada, por minucias de corrección editorial, pospuesta a aparecer, esperablemente, no más tarde que en el trascurso del 2023)