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Llegaba a Moscú en busca de nuevas aventuras

Érase un refinado Don Juan del siglo XIX, vestía y peinaba a la moda. En amores se creía un veterano y conocedor de todos los temas. Sus charlas eran amenas y causaban humor en las mujeres. Económicamente su vida era estable, pero con la muerte de su tío, hereda otra importante riqueza. Viaja a un pueblo alejado al velorio y a cobrar la herencia. Estando ahí conoce a Tatiana, una tímida provinciana que poseía una rara belleza y una extraña adicción a los libros. Evgueni no tenía interés en ella, simplemente se concentraba a disfrutar sus días.

Inicia una amistad por conveniencias con el poeta Vladimir, recién llegado de Alemania. Era arrebatado en cuestiones amorosas. Con el paso de los meses, Tatiana se fue enamorando y le escribe una carta. Confesándole su amor a Evgueni, le dice que en sus sueños esperaba a un hombre que comprendiera el fuego del amor. El caballero no deseaba compromisos. Esa carta la guardaba, le causaba una excitación dormida, era una epístola con una dulzura inocente. Con sinceridad le dice que no la ama y que aprendiera a dominar sus pasiones. En su interior pensaba: “Cuanto menos a una mujer amamos, más fácil le gustamos, y es más seguro que causemos su perdición en seductora red.”

Era el amanecer de un extraño otoño. Onieguin se dio un baño y salió para encontrarse con Vladimir. Acudieron a la casa de Tatiana, al entrar se percató que estaba pálida por lo sucedido con la carta. Seguía conservando la ternura en su mirada. Durante la velada la novia del poeta coquetea con Evgueni, situación incómoda que enfurece al poeta. En aquel tiempo el honor y la dignidad era arrebatada. Lo retaba a un duelo a muerte, quedaban al siguiente día para batirse en un duelo de pistolas. El poeta muere en el duelo y quedaba en olvido su recuerdo, como un humo por el cielo azul. Evgueni huye para olvidar lo sucedido, dejando abandonado la pureza de un verdadero amor, Tatiana le amaba. Con el tiempo los padres de ella hacen ahorros para enviarla a la capital rusa, se acostumbraba que las señoritas del campo se fueran y encontraran un esposo rico.

Llegaba a Moscú en busca de nuevas aventuras y aunque amaba la tranquilidad del campo, no tenía otra alternativa. “Adiós, hermoso cielo; adiós a ti, alegre naturaleza. Cambio este mundo adorable y quieto por el rumor de brillantes vanidades.” Años después dominaba el arte y los modales de alta sociedad. Contrae nupcias con un militar y en ese tiempo regresa Evgueni, su viejo amor. Coinciden en una fiesta y ella estaba totalmente cambiada. No mostraba interés por él y su trato era indiferente. Evgueni le escribe cartas, tratando de que renazca el sentimiento. En un encuentro que tienen, Tatiana le refrescaba la memoria sobre aquel momento donde él la rechazaba, le dice que en ese tiempo le amaba fervientemente y veía una vida juntos.

Le confesaba que la seguía amando, pero que no va a corresponderle. Le pide que la olvide porque ahora es una mujer casada y jamás traicionara a su marido. Eso le pone triste a Onieguin y concluye la historia. Una obra que hace reflexionar al lector sobre el valor que tienen los momentos de felicidad. Me acompañaba Geraldine y su mascota Khamila, que es pequeña y de color café. Una perrita sonriente que adoptamos. Le doy el último trago al café y pienso que me hubiera gustado otro final para Evgueni. A veces las lecciones de amor son dolorosas. “Vivía Onieguin como anacoreta, se levantaba a las siete en el verano e iba, vestido a la ligera, a un río que corría junto a un cerro”.