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El centauro de París, por Javier «tigrillo» Vallejo

Hace unos días leía un libro titulado CIENTO NOVENTA ESPEJOS, de Javier Irazoki (Lesaka, navarra, 1954). Una obra que ilustraba la desobediencia con que debieran actuar los poetas para darse tiempo y viajar. Prestaba atención en esos detalles, donde el escritor juega a ser un detective. Centraba su prosa en investigar las filiaciones que perciben sus ojos. Esa arquitectura de versos, paseos por bibliotecas y de los laberintos parisinos. Hay una excelente crónica de la Praga de Kafka. Hay dolor y el poeta juega a ser biógrafo de escritores.

Los poemas buscan un mejor mundo, ilustraba la vida de los bohemios como Rimbaud y Hemingway. La prosa tiene misterios que encierran las paredes de una biblioteca. Alegóricamente Javier es el centauro de París, le sonreía a la mona lisa y caminaba por los paisajes olvidados. En ocasiones tomaba café con Rimbaud a orillas del Sena. Otras veces discutía con Camus en las tabernas. En sus ojos viven las ilusiones del niño tímido de Lesaka, ese que disfrutaba la compañía de su abuelo.