Capítulo III
Elle était fille, elle était amoureuse.
(Malfilatre).
¿Adónde vas? ¡Ah, estos poetas!
—Adiós, Onieguin; ya es hora de que me vaya.
—No te entretengo; pero ¿dónde pasas las tardes?
—En casa de los Larin.
—Está bien, ¡válgame Dios! ¿Y no te resulta pesado matar el tiempo de semejante
modo todas las tardes?
—De ninguna manera.
—No lo puedo comprender; desde aquí veo lo que es: primeramente, ¡escucha!,
¿tengo razón?
—No es más que una sencilla familia rusa, muy amable con los invitados,
siempre provista de mermeladas, sin contar con la eterna conversación sobre el
corral, el lino, la lluvia.
—En esto no veo todavía mal alguno; pero amigo, el aburrimiento sí que es un
verdadero mal.
—Yo odio vuestra sociedad moderna; me es mucho más agradable una reunión
familiar, donde puedo…
—¿Una nueva égloga?; basta ya, querido, ¡por amor de Dios!
—Bueno; ¿qué, vienes? Es lástima.
—¡Ah!, escucha, Lenski: ¿no podría conocer a esa Filis, objeto de tus
pensamientos, de tus lágrimas, de tu rima, etcétera? Preséntamela.
—¡Tú bromeas!
—No.
—Me alegro.
—¿Cuándo me la presentas, entonces?
—Ahora mismo, si quieres; ellas nos recibirán con gusto.
—Vamos.
Los dos amigos marcharon al galope; llegaron, les prodigaron amabilidades,
según la hospitalidad de antaño, que a veces parece pesada. Se hizo la ceremonia de
los manjares rituales; trajeron platitos de mermelada, pusieron en la mesa el jarro con
agua de frambuesas…