CulturaLado B

Eugenio Oneguin, por Aleksandr Pushkin 20

Capítulo III

Elle était fille, elle était amoureuse.

(Malfilatre).

¿Adónde vas? ¡Ah, estos poetas!

—Adiós, Onieguin; ya es hora de que me vaya.

—No te entretengo; pero ¿dónde pasas las tardes?

—En casa de los Larin.

—Está bien, ¡válgame Dios! ¿Y no te resulta pesado matar el tiempo de semejante

modo todas las tardes?

—De ninguna manera.

—No lo puedo comprender; desde aquí veo lo que es: primeramente, ¡escucha!,

¿tengo razón?

—No es más que una sencilla familia rusa, muy amable con los invitados,

siempre provista de mermeladas, sin contar con la eterna conversación sobre el

corral, el lino, la lluvia.

—En esto no veo todavía mal alguno; pero amigo, el aburrimiento sí que es un

verdadero mal.

—Yo odio vuestra sociedad moderna; me es mucho más agradable una reunión

familiar, donde puedo…

—¿Una nueva égloga?; basta ya, querido, ¡por amor de Dios!

—Bueno; ¿qué, vienes? Es lástima.

—¡Ah!, escucha, Lenski: ¿no podría conocer a esa Filis, objeto de tus

pensamientos, de tus lágrimas, de tu rima, etcétera? Preséntamela.

—¡Tú bromeas!

—No.

—Me alegro.

—¿Cuándo me la presentas, entonces?

—Ahora mismo, si quieres; ellas nos recibirán con gusto.

—Vamos.

Los dos amigos marcharon al galope; llegaron, les prodigaron amabilidades,

según la hospitalidad de antaño, que a veces parece pesada. Se hizo la ceremonia de

los manjares rituales; trajeron platitos de mermelada, pusieron en la mesa el jarro con

agua de frambuesas…