CulturaLado B

Eugenio Oneguin, por Aleksandr Pushkin 22

¡Ay, amigos! Pasan los años, y con ellos se suceden, una tras otra, por turno

variado, las frívolas modas. ¡Todo ha cambiado en la Naturaleza! En otros tiempos,

los lunares y los miriñaques estaban en boga; el cortesano presumido y el acreedor

llevaban peluca empolvada. En ocasiones, los delicados poetas, en espera de gloria y

alabanzas, componían madrigales o ingeniosas coplas; a veces, un buen general que

servía a su patria con valentía era analfabeto. Otras veces, el fogoso creador, afinando

las sílabas al estilo pomposo, nos presentaba a su héroe como un dechado de

perfección, alentando el ardor de una pura pasión siempre a punto de sacrificarse por

el ser querido injustamente maltratado, de alma sensible, inteligente y de rostro

atrayente. En la última parte, invariablemente, acababa siempre coronada la virtud y

castigado el vicio. Pero hoy en día los cerebros están perdidos en la niebla, la moral

nos da sueño, el vicio se nos hace simpático hasta en la novela, donde triunfa. La

inverosímil musa británica atormenta el sueño de la adolescencia, cuyos ídolos son

ahora: el pensativo Vampiro; Melmoth, el sombrío vagabundo; el Judío Errante; el

Corsario, o el misterioso Sbogar. Lord Byron, por capricho afortunado, transforma el

egoísmo extremista en triste romanticismo.

Amigos míos, ¿veis en ello algún bien? Tal vez, por voluntad divina, dejaré un día

de ser poeta; en mí se establecerá un nuevo espíritu, y, sin hacer caso de las amenazas

de febo, me rebajaré hasta la dócil prosa. Entonces la novela, a la manera antigua,

entretendrá el alegre ocaso de mi vida. No describiré las secretas torturas de la

perversidad; contaré sencillamente la historia de una familia rusa, los encantadores

sueños de amor y las costumbres de antaño. Narraré las sencillas conversaciones del

padre o del anciano tío, los encuentros de los niños concertados en los viejos tilos o

cerca del riachuelo, los tormentos de los desgraciados celos, la separación, las

lágrimas de la reconciliación y nuevas disputas para conducirlos, en fin, a la boda.

Recordaré el lenguaje de la pasión melancólica, las palabras del triste amor que en

días de mi pasado me venían a los labios, a los pies de mi amada, y de las cuales ya

me desacostumbré.

¡Tatiana, linda Tatiana!, ahora lloraré contigo, caíste en las manos del tirano de

moda, le entregaste tu destino. ¡Parecerás, querida!; pero ya antes quieres con ciega

esperanza, llamas a la triste dicha, conoces la indolencia de la vida, bebes el mágico

veneno del deseo; los ensueños te persiguen, en todos sitios crees ver refugios para

deliciosas entrevistas, en todos lados aparece ante ti tu fatal tentador.

La nostalgia del amor conduce a Tatiana; va al jardín a calmar su pena; de pronto

se para, mira a un punto fijo, le da pereza seguir el camino; su pecho se agita, sus

mejillas se cubren de vivo carmín, su respiración expira en los labios, sus ojos brillan

y los oídos le zumban. Llega la noche; la luna vigilante recorre la lejana bóveda del

cielo, y el ruiseñor, en la oscuridad de los árboles, comienza sus cantos sonoros.

Tatiana no duerme, y habla bajo con su niania: «No puedo dormir, me sofoco; abre la

ventana y siéntate a mi lado».