CulturaLado B

Eugenio Oneguin, por Aleksandr Pushkin 34

Aquí, sin falta, encontrarás dos corazones, la antorcha y las flores; leerás

juramentos de amor hasta la tumba y un versito mordaz, invento de un poeta de

infantería. Reconozco, amigos míos, que en un álbum así estaría contento de escribir,

convencido en el alma de que cualquier amable ridiculez mía merecerá una benévola

mirada, y después nadie se pondrá a buscar con gravedad y una sonrisa maligna si yo

mentí con astucia. Pero vosotros, tomos en desorden de la biblioteca del diablo,

tormento de los rimadores a la moda, que no sois más que preciosos álbumes

adornados rápidamente por la mano de Baratinski y el pincel maravilloso de Tolstoi,

¡que un rayo de Dios os queme! Cuando una brillante dama me tiende su in-quarto,

se apoderan de mí la rabia y el temblor; en el fondo de mi alma surge un epigrama, y

¡piden que se les escriban madrigales!

Lenski no escribe madrigales en el álbum de la joven; su pluma, respirando amor,

no brilla con fría perversidad. Todo lo que en su Olga ve y oye lo escribe, y las

elegías, llenas de viva sinceridad, manan como ríos. Así tú, Yazikov, inspirado por los

bríos de tu corazón, celebras a alguien desconocido, y el conjunto de tus inapreciables

elegías representará para ti toda la novela de tu vida.

¡Silencio! ¿No oyes? El crítico severo nos ordena tirar la corona lastimera de las

elegías y grita a nuestros hermanos los rimadores: «Terminad de llorar y de croar

siempre sobre lo mismo, de lamentaros sobre lo que fue y lo que pasó; ya basta.

¡Cantad algo nuevo!».

—Tienes razón, y seguramente nos aconsejarás la chimenea, la máscara, el puñal;

tal vez resucitarás el capital muerto de nuestros pensamientos.

—¿No es así, amigos? ¡No; no lo es! Escribid odas, amigos, como se escribían en

los años poderosos, como estaba de moda en tiempos de antaño.

—¡Sólo las solemnes odas! Ya basta, amigo. ¿Qué más da? Acuérdate de lo que

dijo el satírico: «¿Es posible que te sea más soportable el astuto lírico, que canta las

ideas ajenas, que nuestros tristes rimadores?».

—Todo es vano en la elegía; da pena su objeto fútil, mientras que el de la oda es

elevado y noble.

Aquí podríamos discutir, pero yo me callo; no quiero crear discusiones entre dos

siglos.

Vladimir, admirador de la gloria y de la libertad, en la inquietud de sus

tempestuosos pensamientos, tal vez hubiera escrito odas; pero Olga no las leía.

Los poetas llorones leen sus creaciones a la amada; dicen que en el mundo no hay

recompensa superior, y verdaderamente, ¡dichoso el amante modesto que lee sus

ilusiones a la bella, agradablemente lánguida, objeto de su canto y de su amor!

Dichoso…, aunque a lo mejor puede que ella esté entretenida con algo muy distinto.

Yo sólo leo los frutos de mis ensueños y de mis armónicas fantasías a mi vieja niania,

amiga de mi juventud.

Después de la aburrida comida pasa a verme el vecino, y, pescándolo por el

faldón, le cuento mi tragedia en un rincón —y esto no es broma—. O, cansado del

aburrimiento y de las rimas, vagando por mi lago, asusto a la manada de patos que, al

escuchar el dulce canto de mis estrofas, marchan de las orillas. Mi mirada los busca

ya muy lejos; pero el cazador que anda furtivamente entre la espesura del bosque,

silva, maldiciendo la poesía, y arma cuidadosamente su fusil. Cada uno tiene su caza,

su gusto, su querido entretenimiento:

El que apunta a los patos con el fusil.

El que delira con las rimas, como yo.

El que persigue a las atrevidas moscas con un matamoscas.