CulturaLado B

Vivía en San Petersburgo

Las casas de postas eran establecimientos donde se realizaban el cambio de caballerías y un lugar de descanso para los viajeros. En diversas zonas se encontraba una estación de postas. Se hacían los cambios de caballos, ya que los viajes eran largos. El jefe de la posta, de A. Pushkin. Es un pequeño cuento con reflexiones que toda hija debiera recordar. Sansón, era el jefe de la posta en un pueblo ruso de 1816. En uno de eso días cálidos llega un escritor a la casa de postas. Cae una tormenta y eso impide que se pueda ir. La casa tenía obras de arte, inspiradas en la historia del hijo pródigo. Dunia, la hija del jefe de postas. Era una muchacha de 14 años y de ojos azules. Hospitalariamente le sirve un té al amigable huésped.

En la mañana siguiente se fue y pasaron siete años para que regresará a la posta. La situación era diferente, se encontraba con una casa abandonada y Sansón había envejecido, su espalda como jorobada. No lo reconoce y tenía curiosidad por saber que había sido de su hija. Le ofrece ponche con alcohol para ablandar su lengua. Pasaron varias horas de convivencia y estando ebrio relataba lo sucedido con su hija. El capitán Minski se hospedaba en su casa. Fingía tener una enfermedad y se quedaba por varios días. Cuando llegaba el día en que tenía que partir, casualmente su hija acudiría a la iglesia y le solicitaba de favor la llevará. Jamás regresaría.

Solicitaba permiso para buscarla y descubrió que vivía en San Petersburgo. Estando en la oficina de quien le robo a su hija. Lo recibieron indignamente y en tono déspota lo corrieron. Decidió no irse sin antes ver a su hija. Investigaba la dirección, acudió a buscarla y se llevaría una decepción. El capitán corre al viejo a patadas. El jefe de postas decide regresar a su casa. Había pensado en dejar de buscar a su hija. Pasaban los años y el escritor se acordaba. Era el otoño y hacía frío.

El cielo estaba nublado y su casa seguía abandonada. Al llegar le preguntaba a una señora por el jefe de la posta y le dijo que había muerto de tristeza. Les pedía que lo llevaran a la tumba y un niño le dijo que hace tiempo había llegado en un carruaje una señora con tres niños y había pedido que la llevaran al cementerio. En el camposanto estaba llorando. Después de un largo tiempo se fue y le dio una generosa propina. Eran unas monedas y con eso acababa la historia de Pushkin. El amor que tienen los padres por sus hijos es un sentimiento de lealtad, lamentablemente se les recuerda cuando ya no están.