CulturaLado B

La metamorfosis, por Kakfa 23

Ya en el transcurso del primer día el padre explicó tanto a la madre
como a la hermana toda la situación económica y las perspectivas. De
vez en cuando se levantaba de la mesa y recogía de la pequeña caja
marca Wertheim, que había salvado de la quiebra de su negocio
ocurrida hacía cinco años, algún documento o libro de anotaciones. Se
oía cómo abría el complicado cerrojo y lo volvía a cerrar después de
sacar lo que buscaba. Estas explicaciones del padre eran, en parte, la
primera cosa grata que Gregorio oía desde su encierro. Gregorio había
creído que al padre no le había quedado nada de aquel negocio, al
menos el padre no le había dicho nada en sentido contrario, y, por otra
parte, tampoco Gregorio le había preguntado. En aquel entonces la
preocupación de Gregorio había sido hacer todo lo posible para que la
familia olvidase rápidamente el desastre comercial que los había
sumido a todos en la más completa desesperación, y así había
empezado entonces a trabajar con un ardor muy especial y, casi de la
noche a la mañana, había pasado a ser de un simple dependiente a un
viajante que, naturalmente, tenía otras muchas posibilidades de ganar
dinero, y cuyos éxitos profesionales, en forma de comisiones, se
convierten inmediatamente en dinero constante y sonante, que se podía
poner sobre la mesa en casa ante la familia asombrada y feliz. Habían
sido buenos tiempos y después nunca se habían repetido, al menos con
ese esplendor, a pesar de que Gregorio, después, ganaba tanto dinero,
que estaba en situación de cargar con todos los gastos de la familia y así
lo hacía. Se habían acostumbrado a esto tanto la familia como Gregorio;
se aceptaba el dinero con agradecimiento, él lo entregaba con gusto,
pero ya no emanaba de ello un calor especial. Solamente la hermana
había permanecido unida a Gregorio, y su intención secreta consistía en
mandarla el año próximo al conservatorio sin tener en cuenta los
grandes gastos que ello traería consigo y que se compensarían de
alguna otra forma, porque ella, al contrario que Gregorio, sentía un
gran amor por la música y tocaba el violín de una forma conmovedora.
Con frecuencia, durante las breves estancias de Gregorio en la ciudad,
se mencionaba el conservatorio en las conversaciones con la hermana,
pero sólo como un hermoso sueño en cuya realización no podía ni
pensarse, y a los padres ni siquiera les gustaba escuchar estas inocentes
alusiones; pero Gregorio pensaba decididamente en ello y tenía la
intención de darlo a conocer solemnemente en Nochebuena